Unos días atrás, mientras iniciaba mi habitual rutina mañanera, me vino a la mente la imagen del cielo. Bah, mas que imagen creo que era la “idea” de cielo. Inmediatamente me puse a pensar en como cada uno tiene su propia percepción de las cosas, en especial de aquellas que desconoce. Estoy seguro que si le preguntara a 10 personas “qué es o cómo es el cielo?” podría tener, sin temor a equivocarme, una decena de respuestas distintas.
Mientras navegaba por esas ideas, pensaba también que lo mismo podría pasar al preguntar sobre la felicidad. Si bien hay cosas objetivas que uno asocia a la felicidad, otro montón tienen que ver mas con los gustos/preferencias de uno que con algo establecido.
Lo que sí es seguro (al menos para mi lo es) es que uno tiende a asociar instantáneamente el cielo a la felicidad. No creo que haya alguien que no relacione estas dos cosas, cuanto menos en el deseo de que ambas vengan juntas.
Y si el cielo justamente fuera exactamente igual a nuestra representación de felicidad plena? Podría ser entonces que, teniendo cada uno representaciones distintas de felicidad tuviera un cielo distinto, a su medida?
Pensaba también en todas las caras y rostros que desearía que estén conmigo en mi cielo. Me imaginaba, junto a ellos, recordando momentos pasados compartidos en los que volvíamos a vivenciar lo lindo que es el amor, la amistad, la fraternidad…
Hasta ahí venía en el viaje (real y mental) mas divertido de los últimos tiempos, hasta me arriesgo a decir que seguro iba sonriendo, ignorando el apretuje cotidiano y las incomodidades de la hora pico. Pero de pronto otra idea apareció en mi mente: Y si aquellas personas que imaginé conmigo en mi cielo no me quisieran en el suyo? Y acá me animo a decir que la sonrisa se me transformó en una mueca, mezcla de decepción y de duda.
Sin embargo, en mi afán de hacerle frente a aquello que amenazaba con arruinar mi viaje, decidí seguir indagando en mi mente un poco mas…
Y finalmente me dí cuenta de que no debería estar preocupado, sino ocupado. No solamente en intentar “conquistar” mi cielo, sino en ser merecedor del cielo del resto. Porque no querría ni por un segundo, querido hermano, no ser parte de tu cielo…