martes, 15 de febrero de 2011

Bambuleando


Es así nomás. Hay días en los que puedo percibir el sol brillante, resplandeciente sobre mis ojos aún cuando las nubes amenacen con ensombrecer mi camino. Y hay otros en los que, en cambio, me siento preso de la más negra oscuridad y ni siquiera la intensa luz del amanecer logra hacerme salir de ese encierro en mí mismo para al menos llevarme a sospechar que existe un “afuera”. 

Un “afuera” de mi mirada miope, de mi razón torcida, de mi corazón impaciente, de mis problemas tantas veces irrelevantes que sin embargo se transforman en catástrofes sin equivalencias. 

Hace un año exacto, seguro estaba sumido en uno de esos días grises tirando a negro. Un año después mis días se parecen mucho más a los otros, a esos en los que aún en el peor aguacero puedo divisar el arcoíris por sobre el horizonte. 

Pero hace un año (y estoy seguro de que fue un año exacto porque esto que encontré dice “15-02”) se ve que el cuento que sigue me sirvió de salvavidas para tener la agradable y repetida sensación de pasar de la oscuridad y del encierro, a la luz y a la libertad. Quién sabe si a otro no le puede pasar lo mismo. Ante la duda, vamos para adelante…


"Un día decidí darme por vencido. Renuncié a mi trabajo, a mi relación, a mi vida. Entonces, fui al bosque para tener una última charla con Dios. "Dios", le dije. "Podrías darme una buena razón para no darme por vencido?"

Su respuesta me sorprendió… "Mira a tu alrededor" me dijo. "Ves el helecho y el bambú?" "Sí", respondí. "Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú las cuidé muy bien. Les di luz y les di agua. El helecho rápidamente creció, su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla de bambú. Sin embargo no renuncié al bambú.
 
En el segundo año el helecho creció más brillante y abundante y nuevamente, nada creció de la semilla de bambú. "Pero no renuncié al bambú" dijo Él. "En el tercer año, aún nada brotó de la semilla de bambú". "Pero no renuncié" me dijo. "En el cuarto año, nuevamente, nada salió de la semilla de bambú". "No renuncié" dijo. "Luego en el quinto año un pequeño brote salió de la tierra. En comparación con el helecho era aparentemente muy pequeño e insignificante. Pero sólo 6 meses después, el bambú creció a más de 20mts. Se la había pasado cinco años echando raíces. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir".

"No le daría a ninguna de mis creaciones un reto que no pudiera sobrellevar", me dijo. "Sabías que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces?". "No renunciaría al bambú. Nunca renunciaría a ti. No te compares con otros" me dijo. "El bambú tenía un propósito diferente al del helecho, sin embargo ambos eran necesarios y hacían del bosque un lugar hermoso".

"Tu tiempo vendrá", Dios me dijo. "Crecerás muy alto!". "Qué tan alto debo crecer?" pregunté. "Qué tan alto crecerá el bambú?" me preguntó en respuesta. "Tan alto como pueda?" indagué.

Nunca te arrepientas de un día en tu vida. Los buenos días te dan felicidad y los malos días te dan experiencia. Ambos son esenciales para la vida. Continúa!

La felicidad te mantiene dulce, los intentos te mantienen fuerte, las penas te mantienen humano, las caídas te mantienen humilde, el éxito te mantiene brillante... Pero sólo Dios te mantiene caminando!"

sábado, 25 de diciembre de 2010

Navidad es Jesús!

Feliz Navidad para todos!



martes, 21 de diciembre de 2010

Y un día volví...

“Al fin te decidiste a entrar” me dijo mientras sonreía. Inspiró profundo, como si fuese a agregar algo mas. Esperé entre confundido e intrigado preguntándome cuales serían las próximas líneas que él diría. Los segundos posteriores me parecieron eternos (sabido es que la paciencia no es mi fuerte). Levanté las cejas, arqueándolas levemente. Adelanté mi cabeza, torciendo la boca. Acompañé el movimiento, sin descruzar del todo los brazos, mostrando suavemente mis palmas. 

Mi interlocutor debió haber advertido la expresión de mi rostro y mi cuerpo, porque apuró sus palabras siguientes, incluso mas de lo que quizás hubiera deseado: “Sí, claro, te paseaste por la vidriera recorriéndola de punta a punta lo que va de la mañana! Después de un rato supuse que no entrarías”. Sonreí, aunque la aclaración lejos estaba de ser la que yo esperaba. Es decir, bien sabía yo lo que había estado haciendo toda la mañana. Entendía entonces a la perfección  el significado de sus primeras palabras. 

Pero mi sorpresa inicial no venía por haber escuchado esa frase. Mi estupor y mi intriga provenían del hecho de que él no me hubiera preguntado antes algo mas básico. Me resultaba curioso que no hubiera habido referencia alguna al tiempo que hacía que no nos veíamos.  Es decir, no fue eso lo que llamó su atención aquel día. Ni siquiera el verme detrás del vidrio después de meses hizo que ese tiempo de ausencia pesara mas que mi caminar dubitativo de las últimas horas. 

Permanecí en silencio ya que él no dejaba de sorprenderme. Había gastado días y noches ensayando los párrafos que diría a modo de excusarme por mi comportamiento del puñado de semanas que precedieron a ese encuentro y de repente resultaba que mi alejamiento no parecía ser algo que fueramos a discutir, ni siquiera tangencialmente. Como cada vez que algo me descoloca, recuerdo que intenté articular una frase que  apenas alcanzó a ser un par de monosílabos de dudoso contenido. 

Él volvió a tomar la palabra y simplemente dijo “Sé lo que estas pensando,  sé que lo sentís y sólo eso me basta”. Y añadió, “Tenemos trabajo que hacer. Si estás dispuesto, claro”.  En ese momento mis palabras al fin emergieron de lo profundo: “Pero cómo? Me fui lejos, estuve mucho tiempo sin venir. Daba por seguro no sólo que habrías encontrado a alguien apto para eso, sino también que ya todo estaría hecho”.  

El sonrío, se agachó hasta mi oído y se limitó a susurrar: “Esta tarea sólo la podes hacer vos. Por eso sos tan especial. Apropósito, hay muchos ahí afuera que lo ignoran. Podrías acercarlos hasta la vidriera? Yo me encargo del resto”. Entonces me perdí en sus brazos y lloré.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Sólo Sonreíste

Sólo sonreíste. Sólo sonreíste cuando me viste llegar. Cuando di vuelta la esquina, cargado con mi pesada mochila, con mis gastadas defensas y con mi ser bamboleante.

Sólo sonreíste. Ni siquiera me apuraste cuando viste, que a la distancia, mi tranco se estaba volviendo mas lento. Sólo sonreíste, ensanchando mas tu boca aún, cuando divisaste que en mi había duda, pero que eso me hacía frenar el ritmo aunque no la decisión.

Sólo sonreíste cuando llegué a la puerta. No me preguntaste porqué había tardado tanto. No me señalaste las veces que había recorrido el mismo camino y había abandonado en distintos puntos. No me pasaste el video de las mil veces que prometí algo y terminé haciendo exactamente lo opuesto. Sólo sonreíste.

No tenías una sonrisa de burla. Menos aún un gesto de “yo tenía razón”. Tampoco había en tu rostro, la expresión de quien dice “lamentablemente ya es tarde”. Esa es la impresión que me diste, porque a decir verdad, cada vez que lo rememoro siento que ese día me revelaste una manera nueva de sonreír. Todas las otras sonrisas, eran las que tenía yo. Todo lo otro era lo que yo expresaba. Y como el mundo era yo, no había otra sonrisa que pudiera existir que no fuera una de esas.

Sólo sonreíste. Aún sabiendo que era probable que esta vez aunque llegara un poquito mas lejos, igual terminara echándome atrás. Sólo sonreíste y me animaste a pasar. En un instante te transformaste en decenas de caras, en docenas de brazos y cientos de abrazos. Aquel día te diste a conocer en cada par de ojos que se posó sobre mí.

Cuando cada tanto me vence el temor, o las fatigas hacen que no me pueda levantar o cuando finjo que camino y apenas si puedo reptar, trato de buscar tu sonrisa. Tu sonrisa y tus ojos. Porque tu mirada y tu sonrisa, vuelven a recrear ese día y me recuerdan lo que te prometí una vez:

Quiero vivir para mirarte y sonreírte como lo haces vos conmigo. Quiero vivir parar poder mirar y sonreírle así a quien pongas en mi camino. Y que otros te puedan encontrar, a través de un par de ojos y una sonrisa.

martes, 24 de agosto de 2010

En el Aire



Quien no se ha sentido alguna vez así? Quien no ha pasado por situaciones donde sabemos que no estamos pisando en tierra firme?

Cada vez que me asalta esa sensación tengo la tendencia a quedarme inmóvil. No vaya a ser cosa que un pequeño movimiento que haga me lleve a caer...

No vaya a ser cosa de que aún cuando camine con cuidado me precipite de golpe hacia un lugar menos seguro del que estaba...

Pero... cuanto tiempo podré permanecer en el aire? cuanto tiempo podré aguantar mirando las luces de alrededor sin reparar en que este equilibrio momentáneo no va a durar para siempre? Cuantas cosas mas van a seguir aletargándome?

Dejar de estar en el aire, querido caminante, se logra en principio con decisión y dejando el miedo de lado. Y si es hoy, cuanto mejor!

lunes, 9 de agosto de 2010

Nuestra cruz

Bonito cuento que me iluminó el sábado...



Una vez una persona andaba buscando al Señor. Le habían comentado de una invitación que hacía a todos para llegarse hasta su Reino, donde dicen que tenía reservada una morada para cada uno de sus amigos. Y él también tenía ganas de ser amigo del Señor. ¿Por qué no? Si otros lo había logrado ¿qué le impedía a él llegar a ser uno de ellos?

Averiguando acerca del paradero, se enteró de que el Señor se había ido monte adentro con un hacha, a fin de preparar para cada uno de sus amigos, lo que necesitaría para el viaje. Y se largó a campearlo.


Los golpes del hacha lo fueron guiando hasta una isleta. Atravesó el limpión y se metió por entre los mogotes y garabatos, tratando de acercarse al lugar de donde provenían los golpes. Las largas hojas del caraguatá se le prendían con sus pequeñas espinas ganchudas, pero no lograron detenerlo, porque era hombre decidido.


Al fin llegó. Y se encontró con el mismísimo Nuestro Señor, que estaba preparando las cruces para cada uno de sus amigos, antes de partir hacia su casa, a fin de disponer un lugar para cada uno.


- ¿Qué estás haciendo? - le preguntó el joven al Señor.


- Estoy preparando a cada uno de mis amigos la cruz con la que tendrán que cargar para seguirme y así poder entrar en mi Reino.


- ¿Puedo ser yo también uno de tus amigos? - volvió a preguntar el muchacho.


- ¡Claro que si! le dijo Jesús-. Es lo que estaba esperando que me pidieras. Si quieres serlo de verdad, tendrás que tomar vos también tu cruz y seguir mis huellas. Porque yo tengo que adelantarme para ir a prepararles un lugar.


- ¿Cuál es mi cruz, Señor?

-Esta que acabo de hacer. Sabiendo que venías y viendo que los obstáculos no te detenían, me puse a preparártela especialmente y con cariño para ti.


La verdad que muy, muy preparada no estaba. Se trataba prácticamente de dos troncos cortados a hacha, sin ningún tipo de terminación ni arreglos. Las ramas de los troncos habían sido cortados de abajo hacia arriba, por lo que sobresalían pedazos por todas partes. Era una cruz de madera dura, bastante pesada, y sobre todo muy mal terminada. El joven al verla pensó que el Señor no se había esmerado demasiado en preparársela. Pero como quería realmente entrar en el Reino, se decidió a cargarla sobre sus hombros, comenzando el largo camino, con la mirada en las huellas del Maestro.


Ni bien cargó la incómoda cruz, hizo también su aparición Mandinga -el diablo-. Es su costumbre hacerse presente en estas ocasiones. Y en aquella circunstancia no fue diferente. Porque donde anda Dios, asimismo anda el diablo. Sobre todo en los montes.


Desde atrás le pegó el grito al joven que ya se había puesto en camino: -Te olvidaste de algo!


Extrañado por aquella llamada, miró para atrás y vio a Mandinga muy comedido, que se acercaba sonriente con el hacha en la mano para entregársela.


- Pero ¿cómo? ¿También tengo que llevarme el hacha? -preguntó molesto el muchacho.


- No sé -dijo el diablo haciéndose el inocente-.


Pero se me hace que es conveniente que te la lleves por lo que puedas necesitar en el camino. Por lo demás, sería una lástima dejar abandonada una hachita tan linda.


La propuesta le pareció tan razonable, que sin pensar demasiado, tomó el hacha y reanudó su camino.


Duro camino. Por varias cosas. Primero, y sobre todo, por la soledad. El creía que lo haría con la visible compañía del Maestro. Pero resulta que se había ido, dejando sólo sus huellas.


Siempre la cruz encierra la soledad, y a veces la ausencia que más duele en este camino es la de no sentir a Dios a nuestro lado. Algo así como si nos hubiera abandonado.


El camino también era duro por otros motivos.


En realidad no había camino. Simplemente eran huellas por el monte o por los pajonales y esteros. Hacía frío en aquel invierno y la cruz era pesada. Sobre todo, era molesta por su falta de terminación. Parecía como que las salientes se empeñaran en engancharse por todas partes a fin de retenerlo. Y se le incrustaban en la piel para hacerle más doloroso el camino.


Una noche particularmente fría y llena de soledad, se detuvo a descansar al descampado.


Depositó la cruz en el suelo, a la vez que tomó conciencia de la utilidad que podría brindarle el hacha. Quizá el Maligno -que lo seguía a escondidas- ayudó un poco arrimándole la idea mediante el brillo del fierro del instrumento.


Lo cierto es que, ahí nomás, se puso a arreglar la cruz. Con calma y despacito le fue sacando los nudos que más le molestaban, suprimiendo aquellos muñones de ramas mal cortadas, que tantos disgustos le estaban proporcionando en el camino. Y consiguió dos cosas.


Primero, mejorar el madero. Y, segundo, se agenció de un montoncito de leña que le vino como mandado a pedir para prepararse un fueguito con el que calentar sus manos ateridas.


Esa noche durmió tranquilo. A la mañana siguiente reanudó su camino. Y noche a noche su cruz fue siendo mejorada, pulida por el trabajo que en ella iba realizando.


Mientras su cruz mejoraba y se hacía más llevadera, conseguía también tener la madera necesaria para el fueguito amigo de cada noche.


Casi, casi, se sintió agradecido hacia Mandinga que le había hecho traerse el hacha consigo.


Después de todo había sido una suerte contar con aquel instrumento que le permitía el trabajo sobre su cruz. Estaba satisfecho con la tarea, y hasta sentía un pequeño orgullo por su obra de arte. La cruz tenía ahora un tamaño razonable y un peso mucho menor. Y además se trataba de algo prolijo. Bien pulida, brillaba a los rayos del sol, y casi no molestaba al cargarla sobre sus hombros.


Achicándola un poco más, llegaría finalmente a poder levantarla con una sola mano a manera de estandarte, para así identificarse ante los demás como seguidor del crucificado. Y si le daban tiempo, podría llegar a acondicionarla hasta tal punto que llegaría al Reino con la cruz colgada de una cadenita al cuello como un adorno sobre su pecho, para alegría de Dios y testimonio ante los demás.


Y consiguió su meta. Es decir: sus metas. Porque para cuando llegó a las murallas del Reino, se dio cuenta de que gracias a su trabajo, estaba descansado y además podía presentar una cruz muy bonita, que ciertamente quedaría como recuerdo en la Casa del Padre.


Pero no todo fue tan sencillo. Resulta que la puerta de entrada al Reino estaba colocada en lo alto de la muralla. Se trataba de una puerta estrecha, abierta casi como una ventana a una altura imposible de alcanzar.


Llamó a gritos, anunciando su llegada. Y desde lo alto se le apareció el Señor invitándolo a entrar.


- Pero, ¿cómo, Señor? No puedo. La puerta está demasiado alta y no la alcanzo.


- Apoya la cruz contra la muralla y luego trepa por ella utilizándola como escalera -le respondió Jesús Yo le dejé a propósito los nudos para que te sirviera. Además tiene el tamaño justo para que puedas llegar hasta la entrada.


En ese momento el joven se dio cuenta de que realmente la cruz recibida había tenido sentido y que de verdad el Señor la había preparado bien.


Sin embargo ya era tarde. Su pequeña cruz, pulida, y recortada, le parecía ahora un juguete inútil. Era muy bonita pero no le servía para entrar. Mandinga había resultado mal consejero y peor amigo.


Pero, el Señor es bondadoso y compasivo. No podía ignorar la buena voluntad del muchacho y su generosidad en querer seguirlo. Por eso le dio un consejo y otra oportunidad.


- Vuelve sobre tus pasos. Seguramente en el camino encontrarás a alguno que ya no da más, y ha quedado aplastado bajo su cruz. Ayúdale tú a traerla. De esta manera tú le posibilitarás que logre hacer -su camino y llegue. Y él te ayudará a ti a que puedas entrar.


Padre Mamerto Menapace



... sobran las palabras. O me faltan a mi. Que es distinto, pero significa lo mismo. A mi, que soy un cortador compulsivo de lo que me pasa, me vino como anillo al dedo. O como cruz al hombro.

viernes, 16 de julio de 2010

La Zanahoria




De vez en cuando te miro de lejos. Es tanta la distancia que nos separa que sólo mi imaginación es capaz de dibujar el rostro que tenías, el que veía cuando te seguía mas de cerca.

De a momentos acelero el paso, buscando acortar el camino que nos separa. A veces corro, otras veces camino, y a menudo suelo ir gateando.

Cuando me desanimo, suelo recuperar el aliento pensando que si te alejaste fue tan sólo porque me distraje mirando otras zanahorias o porque el cansancio me hizo frenar un rato para volver al camino con mas fuerzas. Pero siempre recuerdo que en última instancia, la decisión de perseguirte, de anhelarte, de empeñarme en alcanzarte, es mía. Y eso nadie me lo puede quitar. Y por eso nada me puede frenar.

Una vez (calculo que después de una decepción), había concluido que las próximas zanahorias que perseguiría tendrían que ser dignas de tener un cazador detrás como yo. Es decir, que al menos valieran la pena!

Además tendrían que ser alcanzables para que no me frustre en el intento, pero costosas para que no me aburra en el proceso. Y por sobre todo, deberían ser alimento suficiente para que no me vuelva a dar hambre. O al menos no tan rápido.

A veces solemos perseguir cosas que no sólo no nos llenan, sino que nos dejan con una variedad de sensaciones y sentimientos que nos lastiman. Pero siempre (y siempre es siempre), tenemos la oportunidad de desandar camino, de desechar lo que no sirve y volver los ojos hacia todo lo valioso que tenemos por conquistar.

Hasta la próxima huella