martes, 21 de diciembre de 2010

Y un día volví...

“Al fin te decidiste a entrar” me dijo mientras sonreía. Inspiró profundo, como si fuese a agregar algo mas. Esperé entre confundido e intrigado preguntándome cuales serían las próximas líneas que él diría. Los segundos posteriores me parecieron eternos (sabido es que la paciencia no es mi fuerte). Levanté las cejas, arqueándolas levemente. Adelanté mi cabeza, torciendo la boca. Acompañé el movimiento, sin descruzar del todo los brazos, mostrando suavemente mis palmas. 

Mi interlocutor debió haber advertido la expresión de mi rostro y mi cuerpo, porque apuró sus palabras siguientes, incluso mas de lo que quizás hubiera deseado: “Sí, claro, te paseaste por la vidriera recorriéndola de punta a punta lo que va de la mañana! Después de un rato supuse que no entrarías”. Sonreí, aunque la aclaración lejos estaba de ser la que yo esperaba. Es decir, bien sabía yo lo que había estado haciendo toda la mañana. Entendía entonces a la perfección  el significado de sus primeras palabras. 

Pero mi sorpresa inicial no venía por haber escuchado esa frase. Mi estupor y mi intriga provenían del hecho de que él no me hubiera preguntado antes algo mas básico. Me resultaba curioso que no hubiera habido referencia alguna al tiempo que hacía que no nos veíamos.  Es decir, no fue eso lo que llamó su atención aquel día. Ni siquiera el verme detrás del vidrio después de meses hizo que ese tiempo de ausencia pesara mas que mi caminar dubitativo de las últimas horas. 

Permanecí en silencio ya que él no dejaba de sorprenderme. Había gastado días y noches ensayando los párrafos que diría a modo de excusarme por mi comportamiento del puñado de semanas que precedieron a ese encuentro y de repente resultaba que mi alejamiento no parecía ser algo que fueramos a discutir, ni siquiera tangencialmente. Como cada vez que algo me descoloca, recuerdo que intenté articular una frase que  apenas alcanzó a ser un par de monosílabos de dudoso contenido. 

Él volvió a tomar la palabra y simplemente dijo “Sé lo que estas pensando,  sé que lo sentís y sólo eso me basta”. Y añadió, “Tenemos trabajo que hacer. Si estás dispuesto, claro”.  En ese momento mis palabras al fin emergieron de lo profundo: “Pero cómo? Me fui lejos, estuve mucho tiempo sin venir. Daba por seguro no sólo que habrías encontrado a alguien apto para eso, sino también que ya todo estaría hecho”.  

El sonrío, se agachó hasta mi oído y se limitó a susurrar: “Esta tarea sólo la podes hacer vos. Por eso sos tan especial. Apropósito, hay muchos ahí afuera que lo ignoran. Podrías acercarlos hasta la vidriera? Yo me encargo del resto”. Entonces me perdí en sus brazos y lloré.

2 comentarios:

  1. Que hermoso mi amor.. representa mi vida en este tiempo.. me emocioné.. te amo..

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  2. Una vez más gracias! Es de mucho testimonio para mi! "como anillo al dedo".
    Gracias nuevamente!

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